Nací en el desierto de Torreón en 1972, el 23 de octubre.
Vivo en la ciudad de México desde 1993.
Soy pintor y músico, autodidacta.
No me abrazó ninguna generación de ninguna escuela;
ninguna moneda de más esclareció el proceso de precisar,
de concretar el estar despierto.
Pero sé que nunca se vuelca la universalidad entera,
no la somos, sólo el procurar.
Aquí mi señalar despierta:
En tiempos de barroca vida
se procura una corriente propia.
Hay tantas como individuos.
Así, expresando el desequilibrio entre eras,
nunca una verdad de escuela
será del esencial creador bandera.
Estos seres de la memoria
—tierra de donde viene mi mente—
son recordados también genéticamente;
son paisanos, compatriotas, padecen mis males de estómago y muelas,
también armaron ciudades con piedras
y representan en tiempos como éste
una monópolis más dispuesta a amar con su único rostro.
No tenemos la infinidad de nombres,
sólo influencias.
Los cuadros son tiempo, el tiempo es cuadros;
números contamos, números sin fecha que ante el infinito valga;
por simple emisión son precisados.
Progresión, líneas en sucesión, cruce y distinción:
la aparición impresiona intuitivamente a la inconciencia que así formaliza; desde el camino, entre el error; es el primer momento resultante del enfrentamiento entre idea y mano, y la idea es, precisamente, el poder ser y nombrarlo.
Inducir y deducir,
sintetizar hasta encontrar el lugar donde dicha síntesis existe,
en la estática huella de una era que requiere paradojas más sonoras para ser.
El apunte a engrandecer.
El ensayo hace la huella del arte que se queda;
arte de templos, no de escuelas.